Predicación realizada el sábado 21 de diciembre de 2024, sobre el texto de San Lucas 2.1-20
Gracia y Paz de nuestro Señor Jesucristo sea con Ustedes. Queridas familias, Congregación San Lucas.
Hoy celebramos un acontecimiento que sacudió la tierra como un hecho irrepetible, el cual cada año retomamos como tradición y fundamentalmente como parte de aquello de lo que por fe creemos: el nacimiento de nuestro Salvador, Jesucristo. Este pasaje del Evangelio de Lucas nos lleva a contemplar el misterio de un Dios que irrumpe en lo humano, que asume la carne, un Dios que elige los márgenes para revelarse y redimirnos. En este mensaje intentaremos reflexionar sobre varios aspectos de esta cosmovisión confesional que es la teología luterana (la justificación por la fe, la teología de la cruz, el dios escondido y los dos regímenes), fundamentalmente recordando que lo que hoy celebramos nos llama a un rol profético en este mundo, mundo que inicia desde ese punto de vista que se da en lo más inmediato de nuestra comunidad. Como diría el genial Alfredo Zitarroza: “Crecen los mejores amores / crecen desde el pie”
Dios irrumpe en nuestra historia (Justificación por la fe)
El relato comienza con un censo ordenado por el emperador romano. ¡Qué ironía que, mientras los poderosos del mundo buscan controlar, Dios elige un pesebre en Belén para manifestar su gracia! Allí, lejos de los palacios, en un humilde establo, nace el Redentor del mundo. Allí lo reconocemos nuestro Dios, pero este reconocimiento no es fruto de nuestras obras ni de nuestros méritos ni de nuestra inteligencia, sino de la pura gracia de Dios. No es que traemos la navidad y a Dios a la tierra, sino que es Dios mismo quien nos participa de este evento.
Por la fe se nos recuerda que somos salvos, no por lo que hacemos, sino porque Dios nos ama primero. Este niño en el pesebre es la prueba viviente de que Dios no espera a que seamos dignos; él viene a nosotros en nuestra indignidad para darnos nueva vida. Como nos dice la carta a los Efesios: “Por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no proviene de ustedes, sino que es don de Dios” (Efesios 2:8). Martín Lutero subrayó esta verdad al escribir: “En el pesebre de Belén yace no sólo un niño, sino nuestra justicia, nuestra salvación, nuestra redención”.
La cruz en el pesebre (Teología de la Cruz)
Entonces, este Dios se revela en lo oculto, en lo despreciado por el mundo, este niño nacido en un pesebre ya prefigura el Cristo crucificado: humilde, vulnerable, rechazado. ¿Quién esperaría de un Rey que naciera entre animales, envuelto en del despojo mismo, entre estiércol? Sin embargo, es precisamente en esta humillación donde vemos a Dios, donde vemos la gloria de Dios.
El nacimiento de Jesús no fue una entrada triunfal, sino una irrupción silenciosa y marginal. Así también nosotros somos llamados a reconocer la presencia de Dios en los lugares menos esperados: en los pobres, los marginados, los vulnerables. Dietrich Bonhoeffer, pastor y mártir, afirma: “Dios no se avergüenza de la pequeñez del ser humano. Dios se adentra sin reservas. […] Dios está cerca de la pequeñez; ama a los perdidos, a los desatendidos, a los que no son considerados, a los excluidos, a los débiles y a los quebrantados”.
Un Dios oculto en lo ordinario (Dios escondido)
Contemplemos el misterio de un Dios que se oculta en lo simple y lo ordinario. Los pastores, hombres y mujeres humildes, quienes cuidan animales donde nadie mira, son los primeros testigos del milagro. Esto nos recuerda que Dios no se revela a los poderosos, sino a quienes que situados en los márgenes sociales, representan la humilde y oculta posición que Dios elige para manifestarse.
Esta Navidad, estamos llamados a abrir los ojos a la presencia de Dios en nuestra vida diaria. ¿Estamos dispuestos a verlo? ¿Hay un Cristo nacido en el rostro del hambriento, del extranjero, del enfermo? En su sermón sobre el buen samaritano, Lutero va a decir: “Cuando ayudas al prójimo, estás sirviendo a Cristo; cuando ignoras al prójimo, ignoras al mismo Cristo”.
Paz de Dios frente al poder del mundo (Dos regímenes)
En el contexto del censo de César Augusto, el niño nacido en Belén desafía las estructuras del poder humano. Mientras Roma prometía la “pax romana” mediante la fuerza, los ángeles anuncian una paz distinta: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres amados por él” (Lucas 2:14).
Este anuncio evidencia que vivimos en dos regímenes: el reino de Dios y el reino del mundo. Estos son distintos, separados y aún se tocan, se rozan e incluso operan juntos bajo la soberanía divina. En el reino de Dios, experimentamos la gracia y la reconciliación; es un reino donde Cristo se nos muestra por medio del Evangelio y de la promesa, a diferencia de una impuesta “pax romana”. Este reino, visible ya en el pesebre, no evita el conflicto, sino que nos muestra la cercanía de Dios a su pueblo. Por otro lado, en el reino del mundo, vivimos bajo leyes necesarias para mantener el orden y la justicia terrenal. Aunque temporal y limitado, este reino también es usado por Dios para proteger y servir a los más vulnerables.
Ambos son instituidos por Dios, así como uno no sustituye al otro. Nuestra fe nos permite vivir bajo esta tensión en el mundo, sirviendo en nuestro contexto terrenal mientras somos sostenidos por las promesas eternas. Podemos tomar al teólogo luterano Paul Tillich, que nos recuerda que esta paz es un don, pero también un llamado a actuar con valentía en un mundo lleno de ansiedades. Vivimos entre los dos reinos, sabiendo que es Dios mismo quien nos reconcilia con su gracia en el punto de inflexión de ambos: el pesebre, la cruz.
En el nacimiento de Cristo, vemos cómo Dios usa lo sencillo y cotidiano para mostrarnos su reino. Nos invita a vivir como testigos de su gracia, recordando que toda justicia, paz y servicio verdaderos encuentran su origen en la promesa que se reveló en el pesebre.
Iglesia-Hospital: Anunciando y sirviendo
Querida comunidad, somos pacientes de este hospital que es la Iglesia. En nuestra necesidad, Dios nos sanó con su amor. Ahora, como comunidad redimida, somos llamados a anunciar y denunciar. Anunciar el Evangelio de salvación y denunciar las injusticias que hieren a los olvidados, los más vulnerables, los outsider, los excluidos del sistema.
Este establo y el pesebre nos deja una pregunta inquietante ¿podremos como comunidad de fe dejarnos transformar por el Evangelio para ser más hospitalarios, alzando una voz profética? No podemos ser indiferentes a las necesidades del prójimo. Si Dios eligió un pesebre, ¿qué nos impide a nosotros elegir el lugar del servicio y de la entrega? Como cantamos en el himno de entrada: “En pobre pesebre yace El reclinado, al hombre ofreciendo eternal salvación”; así también nuestras manos y corazones deben, por fe en esta promesa universal, llenarse de ansias de servicio.
Para finalizar.
El niño del pesebre nos invita a mirar con nuevos ojos el mundo que nos rodea. En Jesús, lo divino y lo humano se unen para redimirnos. Que esta Navidad sea un momento para recordar que fuimos justificados por fe, para contemplar el misterio de un Dios que se hace pequeño y para responder al llamado de ser iglesia-hospital, llevando esperanza a quienes más lo necesitan.
Pr. Hernán Dalbes
Titular Congregación San Lucas | IELU